¿Te has preguntado alguna vez por qué en todo el mundo, en cada cultura y en cada sociedad se destinan apenas pocos días al año a la celebración?
Los días de celebración se consideran como una compensación, pues la sociedad ha restringido las manifestaciones de dicha, plenitud y regocijo a ciertos momentos y ocasiones. Nos hemos robotizado de tal forma, que al conectarnos diariamente al piloto automático para cumplir con las labores y actividades establecidas, se nos olvida que la vida es una celebración permanente.
Empieza Diciembre y llega Navidad… una época llena de simbolismo, con muchas fiestas, encuentros, abrazos, risas, celebraciones, detalles, tradiciones, música, comida, bebidas y regalos. Las personas se contagian del espíritu de compartir, de regalar, de bailar y de cantar. Pero sólo por unos cuantos días.
La sociedad en la que vivimos -y con ella las normas, códigos y costumbres que la sustentan-, nos da una pequeña compensación para que nos olvidemos por unos cuantos días de la rutina, los problemas, el sufrimiento, la tristeza y el egoísmo. Pero esa compensación no es real.
Las luces y los fuegos artificiales son externos y pasajeros; brillan una cuantas noches, cuando en realidad en tu mundo interior es posible que vivas un festival ininterrumpido de luces, canciones y placeres durante todo el año.
Y es que intentamos compensar la vida de los “meses ordinarios” con unos cuantos días de celebración en Diciembre, para que todo lo que reprimimos en nuestra cotidianidad no vaya a estallar de repente en una situación peligrosa. La Navidad -como muchas otras fechas que son más disculpas comerciales y/o religiosas que otra cosa-, está diseñada para permitirnos sacar lo reprimido, a manera de carnaval. Pero esa no es una verdadera celebración y, por lo tanto, no puede ser auténtica.
La verdadera celebración emana de tu vida, está en tu vida y no puede ajustarse a ningún calendario; cada día debe ser un motivo de celebración, sin importar si es 1° de febrero, 27 de mayo, 14 de agosto o 24 ó 31 de diciembre.
Es curioso que “esté bien y sea normal” ser desdichado durante todo el año y, de pronto, dejar de sufrir y ponerse a bailar por unos cuantos días. O el sufrimiento es falso o es falso el feriado; ambos no pueden ser auténticos. Y una vez que ha pasado la festividad, volvemos al agujero negro: cada cual con su sufrimiento, cada quien con su ansiedad, cada uno con el libreto del drama que rige su vida.
Pero la vida ha de ser una celebración continua, un festival de luces durante todo el año.
Por eso, esta Navidad hazte el propósito de prolongar las sensaciones de balance, armonía y felicidad de esta época para todo el año y por qué no, para toda la vida, haciendo consciencia de: